Los delitos habrán
prescrito, digo yo. El de ellos… y el nuestro…
Mire que hace años de esto….
Tantos, que me entra el miedo a las trampas de la memoria.
En un
destartalado Willys íbamos el Julio y yo, en comisión oficial de servicio
recorriendo los campos de la patria. Las cosas se dieron pa que tuviéramos una
tarde libre. El Julio me propuso largarnos hasta Aceguá y cómo no, hacer una
paradita en Isidoro Noblía pa comer.
Así que arrancamos en el
Willys chapa oficial del gobierno a recorrer ese tramo entre Melo y la
frontera.
Siempre está la frontera.
Esperando. Esa zona gris que no empieza ni termina en ningún lado. Esa franja
indefinida entre Uruguay y Brasil. Porque los que piensan que las fronteras son
líneas netas y tajantes que dividen dos mundos arbitrariamente, no saben lo que
es una frontera.
Así que arrancamos. Yo
cebaba el mate. El Julio hacía lo posible pa que el Willys se mantuviera
derechito sin morder banquinas ni bandearse al medio, con un juego de no menos
de 20 centímetros en la dirección del castigado vehículo.
Le pasaba el mate al Julio
con cuidado, como debe hacer un buen copiloto, alcanzándole el mate con la mano
derecha de manera que al final del movimiento, la bombilla le quedara
presentada frente a su boca sin tener que ejercitar incómodos ademanes que
pusieran en riesgo la conducción. Cosas aprendidas después de miles de
kilómetros recorridos en pos del desarrollo.
La ruta estaba bastante
solitaria, así que el viaje era bastante tranquilo.
Una vez llegados a Aceguá,
pensábamos simplemente husmear, y de repente hacer alguna carguita pa aliviar
el presupuesto.
A unos
treinta kilómetros del destino, vislumbramos un vehículo delante nuestro. Digo
vehículo porque se movía, pero no alcanzábamos a distinguir muy bien sus
características. Cuando nos fuimos acercando un poco más, supimos que era una
moto. Pero muy especialmente ataviada. El conductor no se alcanzaba a percibir
claramente. Un brillo metálico envolvía al vehículo avistado. Más cerca aún,
adivinamos a su conductor envuelto en un “sobretodo” de 8 garrafas de supergas
que milagrosamente navegaban por ruta 8 rumbo a la frontera a reponer carga.
Pero mayor aún fue nuestra
sorpresa cuando más cerca del navegante fenicio melense sobre ruedas, pudimos
ver que delante de este motorizado quilero iban como veinte más, en veinte
motos forradas de garrafas.
El Julio aceleró a fondo y
los pasamos a los veinte, adelantándonos unos quinientos metros. De golpe frenó
y me dijo: “Dale! Sacá la cámara y les tomamos una foto!”
Parecía una buena idea.
Quién sabe. Se me ocurrió que era una cosa que merecía ser registrada. Así que
me bajé lo más rápido que pude y tomé una foto.
La foto, la verdá, no fue
una foto de una fila de veinte quileros en moto cada uno forrado con ocho
garrafas de supergás. La verdá que no resultó así.
La foto fue de veinte motos
con 8 garrafas, cada una, tiradas en la ruta, y una tropilla de quileros
despavoridos, saltando alambrados, corriendo a campo traviesa, huyendo de un
destartalado Willys con chapa oficial del Gobierno.