martes, 18 de febrero de 2020



Si no fuera que la vida
me llama a sus adentros
me sentaría en este banco
en esta plaza
inmóvil en el tiempo
como un olvido

Pero siento el viento
que agita las hojas
y decido
los vivos entre los vivos
los muertos entre los muertos

Me muevo
pie ligero
pisando el pedregullo
dejando sus sonidos hacia atrás
besando el aire nuevo que me trae
los olores
los colores
los amores
los dolores
de una urgente madrugada
de una madrugada de emergencia.

martes, 14 de febrero de 2017

Tengo una lluvia mansa cayendo sobre mi techo una comida caliente un corazón en el pecho Tengo ancho alero tendido húmedas sombras cubriendo de tanto en tanto alumbradas por relámpagos de fuego que iluminan las memorias los cuentos que llevo dentro Tengo voces que me hablan historias que son de otros tiempos Y un cigarrito que humea dibujando mapas viejos.

jueves, 22 de septiembre de 2016

….Tendría que haber sido yo. De eso estoy seguro. Pero las cosas pasan de la manera que se les ocurre y no somos quienes para andar empecinados por la vida queriendo gobernarlas a nuestra manera. Me felicito a mí mismo por haberme puesto las botas de suela en vez de otros zapatos que patinan sobre el suelo mojado más con esta resaca de mierda que me parte la cabeza y esta niebla que empaña los faroles. Espero no cruzarme con él justo en la esquina, si se da se da, no hay remedio. Siento el peso en el bolsillo interior izquierdo de mi chaqueta y más tranquilo por las dudas no sea cosa es que voy a verla a ella con palabras lindas y a acariciarla de nuevo toda, acabar con ella mil veces más y por qué no, no pasa nada total no soy de andar buscando pendencia además no me tengo fé no es que sea cobarde es que me conozco soy medio lentón para los movimientos cosa que me viene bien cuando estoy con ella porque le gusta bien despacio que dure horas el abrazo y a mi también, me quedaría para siempre abrazándola oliéndola lamiéndola y mordiéndole los labios, ah!
las piedritas sobre las baldosas crujen y qué bien se afirman estas botas de suela en esta vereda oscura y mojada, firme el paso, lento el paso, los faroles grises tenues las paredes descascaradas de colores y de escamas moviéndose hacia atrás a mi derecha puerta a puerta ventana a ventana, ni un alma desparramando su sombra, apenas la mía que me sigue al ritmo de mis botas, qué suerte que hoy elegí calzarme estas botas, llegando a la esquina en ochava esa de sorpresas más oscura que todas las esquinas aunque no tanto como su sombra, que quizás me espera, el bolsillo de mi chaqueta pesa, lo palpo con mi mano derecha lo tanteo justo cuando paso bajo el último farol de niebla y mi sombra conmigo se hace uno, el bolsillo de mi chaqueta ya no pesa, pesa mi mano derecha llena ahora de acero que no tiembla y que bien se agarran estas botas en las baldosas mojadas por dios qué bien no puedo dejar de pensar en eso, se me fue la resaca, yo firme paso a paso y lo veo , se abalanza, tarde o temprano las cosas pasan porque quieren y no somos quienes para andar buscando que pasen de otra manera, menos mal que ando clarito más que nunca justamente, él cae sobre su sombra húmeda con mi cuchillo enterrado en el pecho, espero su último resuello, murmuro su nombre con respeto. No sé por qué, las cosas pasan como ellas quieren y yo que voy a verla a ella, para estar con ella para siempre, debe ser por eso.

miércoles, 27 de abril de 2016

Yo aùn no habìa nacido. Pero igual me acuerdo. No sé si serán las trampas de la memoria, como dice mi hermano, pero igual me acuerdo, aunque aún no había nacido. Debe ser porque el tiempo no existe más allà de los relojes, o vaya uno a saber por qué misterio y esto no deja de preocuparme ciertamente aunque después de todo no tiene ninguna importancia en relación a lo que voy a contarles. Se me ocurre que yo ya estaba dentro de los proyectos de mi madre en sus feroces veinte años. Estaba allì entre sus senos aunque pasarían muchos años hasta que me amamantara de verdad. Es cierto, yo nací mucho después pero esa noche estaba allí mirando con ojos tan abiertos como dos lunas de Paso Yobai, una en el monte, otra en un espejo con marco de caoba que colgaba de la pared de madera de aquella rústica cabaña y que alguna vez había iluminado otras caras en un país lejano. Mi madre tocaba en el piano nocturnos de Chopin mientras el Yasi Yateré silbaba seductoramente en la espesura y el arroyo invitaba al sueño. Una vela sobre el piano recortaba su figura , esforzándose por ver la partitura. En un momento dado, creyó que sus manos no eran suficientes para seguir tocando y se detuvo. Se inclinó hacia atrás con un gesto parecido a la frustración y suspiró. La llama de la vela se balanceaba acariciada por la brisa que entraba por las ventanas abiertas junto con, es justo decirlo, nubes de mosquitos. Miró hacia ellas para contemplar la noche iluminada por la luna. Pero entre sus ojos y la luna, lo que vió, y juro que yo también ví, fueron tres, cuatro, siete, doce caritas de indios Guayaquíes apoyadas en los marcos esperando que siguiera tocando, como hipnotizados. Entonces, mi madre no pudo hacer otra cosa que acomodarse de nuevo frente al piano y proseguir lo mejor que pudo con los Nocturnos. De eso, me acuerdo clarito, aunque aún no había nacido.
Pasaron muchos años y mi madre muy lejos ya de esas lunas y los silbidos seductores del Yasi Yateré, finalmente se decidió a parirme y amamantarme de verdad y no en sueños. Más adelante, cuando ya tuve capacidad de escuchar de sus labios las historias que uno debe escuchar de los labios de su madre, me contó lo que pasó después aquella noche. Claro, en aquel momento allá en el monte, yo ya estaba dormido entre sus brazos y no lo ví, y necesité nacer años después para que me lo contara tal y como pasó. 
Fue así. A la mañana siguiente, cuando la luna ya se había ido y el sol secaba la yerba mate, ella había salido a recorrer los aledaños de la cabaña sitiada por un monte espeso y se había encontrado con una docena de Guayaquíes de todas las edades, acampados malamente a la orilla del monte, hambrientos, enfermos, algunos con heridas agusanadas. Entonces se acercó a la más vieja, la más enferma y desvalida y con extremado cuidado y paciencia curó sus heridas con improvisados unguentos. La vieja india, tremendamente aliviada miró a mi madre a los ojos con los suyos propios húmedos de rocío y le dijo: “Gracias, pídeme lo que quieras…”. Mi madre no quiso pedirle nada a cambio pero la vieja india, curtida por el sol y el hambre insistió: “Pídeme lo que quieras…” Entonces mi madre no supo qué hacer y en su desconcierto le señaló un colgante que a modo de rosario de piedritas, dijes y abalorios llevaba la india colgado de su cuello. La vieja india de ojos hundidos y buenos, apretó el collar contra su pecho, miró fijamente a mi madre y le dijo tiernamente, cosa que mi madre comprendió a la perfección: “Esto… esto es lo único que no puedo darte…..”.
Entonces, muchos años después de aquella noche en la que yo aún no había nacido pero igual estaba allí, lejos ya del calor del pecho de mi madre y con estas historias que de sus labios escuché, que aún resuenan en mis oídos, más allá de los relojes para siempre, comprendo que es posible, por qué no? Que Chopin alguna vez tocó el piano en Paso Yobai, una noche de luna llena, acompañado por el silbido del Yasi Yateré.
Cometas.
De esto me acuerdo clarito. Nada de trampas en mi memoria.
Todos nos vamos a morir un día como siempre pasa. Antes la gente se moría igual que ahora, de vez en cuando y por diversos motivos y razones que no viene al caso enumerar.
Pero el asunto es que, hay que velar al difunto. Y una cosa bien importante es tener las cuentas saldadas con él. No las materiales, sé que me entienden. Las otras. Aquellas que si no se saldaron en vida del malogrado cristiano, nos perseguirán siempre derramando la culpa día a día sobre nuestras cabezas. Y hace mucho tiempo todavía era costumbre velar al viajero en su propia casa.
Y había que pasar un largo tiempo junto a su cuerpo inerte y rodeado de cirios encendidos, en un oloroso mar de rosas, claveles y coronas que no paraban de llegar y acumularse en torno de aquel que ya no estaba pero estaba allí.
Eso era así antes, hace mucho tiempo, o no, digamos unos 50 años atrás. Pero la ocasión era propicia para el reencuentro con amigos o parientes a los que no se veía hacía tiempo.
Los velorios se llevaban a cabo como dije en la propia casa del difunto, junto a sus cosas, sonidos, ritmos y colores cotidianos. No era raro por ejemplo sentir el olor de la cocoa caliente colándose por la banderola del baño desde la casa contigua y así muchas sensaciones cotidianas más. Y el barrio entero, los vecinos, los amigos, y todo aquel que encontrara propicia la ocasión para socializar, fluían adentro por la puerta "cancel" interminablemente, a dar su último adíos. Y salían a conversar o fumar un cigarrillo a la vereda, ocasión más que oportuna para ponerse al día en diversas cuestiones.
Un acontecimiento de tal índole, merecía la mayor atención de todo el barrio. Y el barrio mismo era muy diferente esos días. La gente se conocía desde generaciones atrás, había memoria de tiempos largos, tejida pacientemente durante muchos años de cotidianeidad compartida.
Dependiendo de la fama, carisma, edad, aptitudes y actitudes personales que el difunto había desplegado en su vida, y alguna que otra particular circunstancia extraordinaria que siempre era oportuno recordar, éste convocaba más o menos gente a su velorio. Pero esto es un detalle, digamos que siempre estaba lleno de gente un velorio en el barrio. Era un pedazo de vida que se iba y un recuerdo que se instalaba para siempre en la memoria colectiva.
Y llegaba la gente y llegaban las flores, y el barrio vivía un velorio más, con naturalidad, expresiones de cariño y pesar, y por qué no, algún chisme, verdadero o no, relacionado con el difunto. Era una oportunidad única.
Y para los botijas como yo, más.
Junto con las flores llegaban las tacuaras que sostenían las coronas. Estas últimas eran rápidamente acondicionadas dentro del domicilio convertido por un día en sala de velorio. Las tacuaras, separadas de aquellas, quedaban casi siempre recostadas a algún árbol de la vereda.
Y los botijas del barrio nos poníamos de alguna manera contentos, porque de última, la muerte era cosa de grandes y como asunto de ellos no nos concernía en absoluto, excepto que era una oportunidad muy rara de hacer con nuestras propias manos algo que nos encantaba: cometas.
Llegada la hora de partir con el cortejo hasta la última morada del que se ausentaba, los adultos daban por culminado el velorio y se llevaban hasta aquella gran carroza negra y profusamente ornamentada el cajón más o menos lujoso según las circunstancias, procedían a ubicar las flores y coronas sobre sus agarres, adornando la partida del ser querido e iniciando su lento y definitivo camino al cementerio.
Se iban todos, pero los botijas no. Nos quedábamos respetuosamente hasta que ya no quedaba casi nadie en la calle.
El barrio permanecía unos minutos en silencio hasta que el último coche del cortejo daba la vuelta a la esquina. Luego la algarabía se adueñaba de las veredas.
Corríamos a juntar las tacuaras que habían quedado recostadas contra los plátanos, como sabiendo que íbamos a ir por ellas, como esperando.
Con un cuchillo las partíamos a lo largo, fabricando finas costillas.
Uno de nosotros corría a la panadería a pedirle a Manuela que nos regalara papel, otro buscaba cola, otro se hacía de un rollo de hilo de cometa , otro traía más papel, éste de colores, mágicamente obtenido en la librería del barrio, y multitud de manos de botijas fabricaban una cometa hermosa.
Sin censura, sin adultos vigilando travesuras inoportunas, corríamos a través del parque gritando y riendo. Aquel de nosotros más veloz y fuerte, aquel que era el líder, llevaba entre sus manos la cometa recién hecha, aún oliendo a flores. Trepábamos a lo más alto que podíamos encontrar y nos entregábamos al frenesí. Todos mirábamos al cielo, al punto preciso en que una cometa de colores con su fuerza amenazaba con romper el hilo pero coleaba, coleaba majestuosa, remontada por botijas de barrio desde lo más alto de las canteras del Parque Rodó.

domingo, 4 de octubre de 2015

El encuentro
 “Siguiente!!!” vociferó la Dra. Remedios, asomándose hacia la sala de espera iluminada por ruidosos tubos de luz. Cuatro o cinco pacientes con diversos achaques esperaban su turno, sentados en incómodas sillas de plástico reciclado.
Un señor medio calvo se levantó de la silla que ocupaba y quiso correr hacia la entrada del consultorio, aunque con gestos de dolor y una mano en su cintura. La Dra. Remedios lo hizo pasar.
-          “Tome asiento, ¿Usted es….? le preguntó.
-          “¡Puentes!” contestó el paciente, mientras depositaba sobre la mesa un papelito con el número 3 y se sentaba en una silla frente al escritorio.
-          “Dígame Puentes… ¿ que le pasa?” le preguntó la galena.
-          “Y Dra…., vengo porque ando con un dolor en la cintura insoportable!” dijo Puentes mientras se tomaba con su mano su flanco derecho.
-          “¡Ajá! Cuénteme…. y a qué se dedica, Puentes?”
-          “Soy Ingeniero Civil Dra., pero a punto de retirarme. ¡No veo la hora!”
La Dra. sonrió mientras le indicaba al Ing. Puentes que se subiera a la camilla.
Una vez acostado en ella, lo examinó concienzudamente. Finalizada la exploración clínica, le dijo:
“Está bien, Puentes. Puede bajarse. Siéntese por favor.”
Cuando estuvieron frente a frente, ambos sentados y mientras la Dra. tomaba un mazo de recetas y una birome, Puentes le preguntó:
-          “¿Y Dra.?” ¿Qué le parece que es?”
-          “Lo más seguro es que sea un pinzamiento del nervio ciático, pero igual le voy a mandar unos análisis de rutina. Mientras tanto se va a tomar dos de estos comprimidos por día durante una semana. Y no haga esfuerzos. Venga a verme de nuevo con los resultados de los análisis en dos semanas.”
-          “ Muchas gracias Dra.!”
-          “ ¡Que le vaya bien Puentes!…” le dijo la Dra. mientras se levantaba y lo invitaba a salir del consultorio. Se detuvo un momento, lo tomó del brazo y le dijo:  
-          “¡Espere!.... Cómo se le ocurrió estudiar para Ingeniero Civil?”
-          “La verdad Dra., mi madre y mi tío son Ingenieros Civiles y debe ser por ahí que vino la cosa…aunque ahora que me lo pregunta no estoy muy seguro..” contestó el paciente levantando las cejas.
-          “Está bien Puentes… bueno que se mejore pronto” contestó la Dra. Remedios con una sonrisa mientras acompañaba a su paciente hasta la puerta del consultorio. Cuándo éste salió, se asomó a la sala de espera nuevamente y llamó:

-          “¡Siguiente…… Sr. Brotos!”

-          “ Si Dra.! Ya voy!” contestó un hombrecillo de unos sesenta años medio encorvado y de lentes mientras se levantaba y avanzaba hacia el consultorio.
-          “Pase y tome asiento…” dijo la Dra. Remedios mientras se acomodaba en su sillón. “Cuénteme qué le pasa Brotos…”
-          “Ah Dra. Me salió este zarpullido en la nuca… (dijo mientras hacía ademanes para correrse el cuello de la camisa y darse la vuelta).
-          “¿A ver?….¡Ah! Un herpes” “A qué se dedica Brotos?” preguntó la Dra. Remedios al hombrecillo.
-          “Soy Ingeniero Agrónomo, Dra.”
-          “¡Ahá! Y por casualidad no anduvo manipulando productos químicos?”
-          “No, Dra., para nada, mi trabajo actual es de escritorio, nada de productos químicos”
-          “ Bueno, entonces se confirma que es un herpes, le voy a mandar esta crema, pásesela tres veces por día y se pone un pañuelo para no manchar la camisa. En tres días se le va…. No se preocupe. Estas cosas suelen volver así que una vez que se le pase guárdese la crema por las dudas”
-          “¡Gracias Dra.! ¿Algo más?”
-          “Bueno si….. ya que lo pregunta me interesaría saber: ¿Cómo fue que se decidió a estudiar Agronomía?”
-          “ ¡Ah! Dra…. si supiera  que yo mismo me hago esa pregunta. Verá, soy el menor de tres hermanos que también estudiaron Agronomía. ¡Calculo que debe haber sido porque nuestros padres eran los dos Ingenieros Agrónomos! Esas cosas vienen con la familia, yo qué sé.”
-          “Qué cómico!” “Todos Ingenieros Agrónomos!” apuntó la Dra. Remedios mientras se reía. Sin embargo su sonrisa se trocó en cejas enarcadas mientras pensaba que casualmente su propio padre era cirujano plástico.
-          “¡Es muy cierto Brotos! Mi padre casualmente es médico!”
-          “ Y bueno, lo mamamos de chiquitos!”
Ambos se rieron mientras se despedían.
-          “¡Adiós, Dra. Y gracias!”
-          “Adiós Brotos, que le vaya bien.”
Mientras el Ing. Agr. Brotos se retiraba, la Dra. ordenó algunos papeles sobre el escritorio y luego se dirigió a la puerta a llamar el siguiente paciente.
-          “¡Paganini!” llamó.
-          “¡Si, Dra!, ¡Voy….!” Contestó una gordita de unos cuarenta años medio rubia que luchaba por sostener y acarrear un montón de carpetas consigo.
-          “Pase….” “ Siéntese por favor” le dijo la Dra. Remedios. “¿Qué la trae por acá? ¡Se la ve muy bien!”
-          “Ay sí Dra. Pero sabe que ando con unos nervios que no puedo ni dormir!”
-          “Ahá!” A ver cálmese, sáquese la blusa que la voy a auscultar”.
Mientras la Dra. la auscultaba la señora recorría el consultorio con los ojos.
-          “¡Ah, pero está lo más bien!” “¿Mucho trabajo?”
-          Y sí Dra., ¡ando enloquecida!”
-          “Bueno, lo que usted necesita es descansar bien. Se va a tomar una pastillita de éstas antes de dormir y en un mes me vuelve a consultar, ¿si?”
-          “¡Ay gracias Dra.! ¡Gracias a Dios voy a dormir bien ahora!”
-          “ Eso espero, lo necesita” le dijo la Dra. Remedios. “A propósito… a qué se dedica Paganini?”
-          “Soy Contadora, Dra. ¡Y estamos en plena liquidación de impuestos!”
-          “¡Me imagino por lo que estará pasando! Bueno, vaya tranquila que estas pastillas la van a ayudar mucho!” ¡Y venga en un mes! ¡No se olvide!”
-          “No, gracias Dra., adiós…” suspiró aliviada la Cra. Paganini mientras se retiraba del consultorio de la Dra., que detrás suyo se dirigía a llamar al próximo paciente.
-          “A propósito Paganini, ¿qué es usted del Cr. Paganini… el Director de Rentas? alcanzó a preguntarle la Dra.
-          “Soy la hija, Dra.”
-          “¡Ah! Pero ¡de tal palo tal astilla!….. vaya Paganini y ¡descanse!” La Cra. Paganini se alejó entre risas y agitando su mano en señal de despedida.

-          “¡Siguiente…. A ver…. Sr. Gómez! “ ! Vociferó nuevamente la Dra. Remedios.
Un flaco de más o menos 35 años se levantó muy tranquilo de su silla y se dirigió hacia la entrada del consultorio, mientras miraba al resto de los pacientes que esperaban con una sonrisa: “No se preocupen que lo mío es rápido, una pavadita…” les decía a medida que avanzaba despreocupado hacia la Dra. Remedios que lo esperaba parada en la puerta del consultorio.
-          “¡Pase, Gómez!” “¡Siéntese”! le dijo al flaco que por cierto no le había caído bien y no sabía por qué.
-          “Gracias Dra., ¿cómo anda?”
-          “Muy bien gracias” “Cuénteme Usted cómo anda, a qué se dedica y por qué vino?”
-          “Bueno Dra., soy músico, guitarrista. Pero de música popular. Compongo canciones y de tanto en tanto hago algún que otro concierto. Tengo 3 discos editados ya….” La Dra. Remedios empezó a mirarlo con atención y una sonrisa comenzó a esbozársele en los labios. Algo vió en el flaco que la hizo cambiar su primera impresión.
-          “¡Ah! Qué lindo” “ Yo siempre quise tocar el piano” Pero no sé por qué nunca estudié!” le dijo.
-          “¡Vamos Dra.!” Usted es muy joven, no es mayor que yo!” ¡Si quiere todavía puede!”
-          “¡Jajaja!” se rió la Dra. Remedios. “¡Ya es muy tarde para mí!” Pero me acuerdo ahora que dice que cuando era chica les decía a mis padres que quería ser concertista de piano y ¡se reían como locos!”
-          “Todavía puede, Dra., hágame caso…. “¡Qué lindo color de pelo tiene! ¿Es natural no?”
-          “Muchas gracias…. Si…. es natural…. Pero Gómez, a ver…. ¿Qué lo trae por acá?” preguntó la Dra. un poco sonrojada.
-          Bueno… lo que me trae es una pavada. Es decir…. quiero pedirle que me recomiende algún producto bueno para las uñas, para fortalecerlas vió? Dos por tres se me quiebran y me da algún problemita que otro, nada serio, pero si me pasa cuando tengo que tocar en público se me complica un poquito. Por lo demás, ando bárbaro, no siento nada malo y soy un tipo… podría decirse…. feliz”
-          “Ahhhh! ¡Pero por eso no se haga problema!” Mire, le voy a recetar este esmalte nuevo que salió. ¡Con esto se le terminan las quebraduras!” le contestó la Dra. Remedios mientras garabateaba algo en una receta.
-          “Y dígame Gómez…” (comenzó a decir algo intrigada)…”¿Cómo fue que se hizo músico?”
-          “¡Ah! Bueno, no sé bien! Desde chico me gusta la música. Mis padres se ve que se impresionaron y apenas cumplí seis años me regalaron una guitarra. Y ahí empecé. En el liceo ya era el “guitarrista” de la barra. Cuando cumplí 14 mis padres me preguntaron qué me gustaría ser de grande y yo les contesté enseguida: “Guitarrista!” Entonces me ayudaron a elegir un buen profesor. Así fue que empecé.”
-          “¡¿Qué lindo no?!” se interesó la Dra. Remedios sin saber mucho cómo seguir. “Bueno, con este esmalte entonces se terminan los problemas de las uñas quebradizas!”
-          “¡Qué bueno Dra., te pasaste!” Ella levantó los ojos de la receta y miró a Gómez un momento un tanto sorprendida, pero su sorpresa se transformó en curiosidad.
-          “Dígame Gómez… y ¿donde toca para ir a verlo y escucharlo un día de éstos?”
-          “¿De veras te interesa, Dra? Bueno…. ¿Conocés ese barcito que se llama “Itaca” en la calle Macedonia casi Salerno?” Ese de cortinitas azules con todo de madera adentro, sillas , mesas, paredes… muy acogedor y lindo? ¡Y buen vino y gramajos!”
-          “¡Si!” ¡Claro que lo conozco!” Paso por ahí todas las noches cuando voy a casa después de la consulta. Nunca se me ocurrió parar allí.”
-          “¡Bueno! Ahí toco regularmente. Hoy es viernes así que hoy toco, en un ratito nomás, todas canciones mías”.
-           “¡Ah qué bueno….!” respondió ella, relajando su cuerpo hacia atrás en su sillón.
-          “Si, me gusta mucho y ¡además vivo de eso! Pero….. Dra…. disculpá… te puedo tutear no? Ella sonrió apenas, no muy segura de la propuesta.
-          “¿Por qué no hacemos una cosa…? le preguntó el flaco: “Esta noche, cuando salgas de la consulta, parás en “Itaca”. A las 21 hs en punto empiezo. Sentate en la mesa junto a la ventana que queda más cerca del pequeño escenario, la dejo reservada para vos…. Y si te gustan mis canciones, me lo hacés saber con una mirada y cuando termine voy y me siento contigo a tomar un buen vino. “¿Qué te parece?!” “A mí me encantaría….. ¿Qué decís?”
-          “Ejem… No sé, vamos a ver…. a veces termino tarde…. Gómez, por lo pronto, ha sido un gusto y ¡suerte con el esmalte!” dijo la Dra. Remedios confundida.
-          “….Hasta luego Dra., y nos vemos….” le dijo el flaco mirándola directo a los ojos. “ ¡Y gracias!”

María Clara Remedios Suárez, médica general, despidió a su paciente y se quedó pensando en él mientras se alejaba canturreando por el corredor. Un recuerdo se abría paso insistente desde el fondo más oculto de su memoria: el de aquel viejo piano que durante su primera infancia había ocupado una pared del living de la casa y que un buen día desapareció…. para siempre. ¿Adónde habría ido a parar? Meneó la cabeza varias veces, se acomodó un poco el pelo y salió al pasillo a llamar al siguiente paciente.
“ ¡Sr. Pedro Guardia!” llamó. Un Policía de alto rango a juzgar por sus charreteras se levantó de su silla y se dirigió al consultorio. La Dra. lo invitó a pasar y tomar asiento. En la sala, alguien había subido el volumen de la TV, puesta allí para aliviar la espera de los pacientes. Eran las 20. 25 de un cálido viernes de primavera. La meteoróloga Brisa del Mar rendía su informe diario en el canal 72. Mientras el Comisario Pedro Guardia tomaba asiento en el consultorio de la Dra. Remedios, ésta consultó con un rápido gesto su reloj. Pensó: “¡Ah! Casi son las nueve!”
El Comisario Pedro Guardia, entrenado en leer los gestos de las personas, no pudo evitar darse cuenta de que la Dra. Remedios lo iba a despachar muy rápido.

cln 2015

viernes, 14 de agosto de 2015

La Marsellesa.-

Más o menos 1963. Escuela Francia de Montevideo.
Gran acto Gran en el salón de..... actos.
Nos visitaba ese día un señor muy muy alto, vestido con un impecable uniforme militar.
Desde hacía como seis meses estábamos ensayando la Marsellesa bajo la batuta del Maestro Mastrángelo.
A mí me había tocado la primera fila, derechito y ataviado con túnica almidonada y moña azul.
¡ "Allons enfants de la Patrie Le jour de gloire est arrivé. Contre nous de la tyrannie.... !
Arrancamos a cantar a la órden del Maestro y de los acordes impecables que obtenía milagrosamente del piano destarlatado.
Al terminar el himno primigenio republicano, nos dispusimos a seguir con la segunda parte del acto de bienvenida de tan insigne visitante.
Había mucho barullo y el flaco Marotta, el rompehuevo por antonomasia de la clase, al lado mío en primera fila, estaba especialmente excitado y con ganas de armar relajo. Lo habían elegido para recitar un discurso que empezaba así (no me acuerdo ahora ni como seguía ni como terminaba):
"¡¡¡¡FIJA TU MENTE EN EL HORIZONTE Y......... !!!
Tenía que subir al escenario y largar el rollo. Lo llamaron:
"El alumno Marotta va a recitar........!!! anunció con voz cascada Chichita, nuestra Maestra.
Marotta se dió vuelta, me tironeó de la manga de la túnica y me zampó:
"¡¡A qué digo pija, a qué digo pija, vas a ver!!!!!!
¡¡¿Qué!!?! No seas animal, vo! le dije
Subió Marotta al escenario. Yo temblaba. Se hizo un silencio y Marotta acomodó el micrófono:
¡¡¡¡Pija tu mente en el horizonte.......... !!!!!!! resonó la voz de Marotta.
Miré hacia la derecha del escenario y ví a Chichita encantada por el ánimo y la entrega de su alumno.
Bajé la mirada hacia el parquet en ese momento, muerto de risa. No podía creer tamaña audacia de Marotta.
Fin del discurso. .
Marotta volvió entre aplausos a su lugar al lado mío en primera fila.
Luego, entre aplausos emocionados del público, el enorme héroe uniformado recorrió el gran salón como una màquina de tejer, uno a uno saludando.
Cuando pasó frente a mí, le tironée la manga de su uniforme.
Se detuvo, me miró a los ojos y me dio la mano.
A Marotta también.